Zygmunt Bauman, en su concepto de «modernidad líquida», describe una sociedad marcada por la volatilidad, la incertidumbre y la fragilidad de las estructuras tradicionales, lo que genera un estado de constante cambio y adaptación. Las relaciones humanas, las instituciones y las certezas que antes parecían estables, hoy son fluidas y transitorias, exigiendo flexibilidad constante de los individuos.
En paralelo, la política argentina actual refleja varios aspectos de esta «liquidez». La dinámica política está en constante movimiento, con alianzas que se forman y disuelven rápidamente, partidos que se reconfiguran, y liderazgos que emergen y desaparecen de forma impredecible. La incertidumbre económica, la volatilidad institucional y los cambios en la opinión pública refuerzan esta sensación de fluidez, donde las soluciones y políticas parecen temporales, adaptadas al corto plazo más que a estrategias a largo plazo.
Ambas situaciones comparten una característica clave: la incertidumbre como constante, donde los ciudadanos deben aprender a navegar en un entorno cambiante, tanto en lo personal como en lo político. La estabilidad es escasa y las transformaciones rápidas son la norma.